Con curiosidad observaba al mayor asesino en serie del Perú, una especie de Jack el Destripador “cholo”; aunque aquí -para estar más acorde con nuestra cultura chicha- lo bautizamos como el apóstol de la muerte. Y es que él, quien a diferencia de Jack, no usó cuchillos para cortar cuellos y mutilar cuerpos sino que su instrumento de muerte era más bien una pistola con silenciador, asegura ser un enviado de Dios, un justiciero.
Pedro Nakada Ludeña tiene 33 años, fue soldado y parece un joven cualquiera. Pero no lo es. Ha confesado haber asesinado al menos veinte personas, a todas con arma de fuego, pues cree que morir baleado duele menos.
Entre sus víctimas figuran mendigos, rateros de poca monta, peluqueros y hasta un par de profesores. ¿Qué tenían todos en común para tener tan triste destino? Según Nakada eran la lacra de la sociedad. “Yo ‘limpio’ gente, gente que no debería estar acá, como ‘fumones’, prostitutas, homosexuales”, afirmó al ser detenido. El autodenominado “ángel vengador” asegura que Dios le envía órdenes para asesinar. “Yo escucho voces que me dicen que mi misión es limpiar esta sociedad”, alega.
Cuando llegó al penal pidió a las autoridades encargarse de la limpieza, le llevaron entonces una escoba y un recogedor, y él mortificado replicó que lo que quería era una pistola para acabar con tanto delincuente. Solo dos días le duró el acompañante de celda, pues el desafortunado reo no podía ni dormir por temor a que Nakada acabe con su vida. Y es que lo había amenazado y hasta se comenta que intentó ahorcarlo. Hoy, el asesino tiene una celda individual, recibe medicación, se juega sus pichanguitas (fulbito) y asiste al taller de soldadura. Todo un recluso modelo.
Hoy, según refiere se abogado, la pasa más tranquilo. Pero, la vida de Nakada no fue fácil. De padres divorciados, de adolescente tuvo que huir de casa ante las constantes borracheras de su padre que terminaban en golpizas. Llorando, contó a la Policía, que fue violado, que su hogar era un desastre y que su hermana (quien se suicidó) lo vestía de mujer cuando era un niño, incluso, le dejaba el cabello largo. El dolor y su gran rencor se puede notar cuando observas las imágenes del interrogatorio policial: un Nakada que no deja de chillar y mover su cabeza de un lado a otro como negando su pasado.
¿Está loco o no?
Su caso ha generado polémica debido a que una Sala Superior resolvió anular la sentencia de 35 años de prisión que se dictó en su contra por el asesinato de nueve personas. El tribunal argumentó que Nakada debe ser juzgado en un proceso especial por ser un enfermo mental. Y es que según pericia oficial padece de esquizofrenia paranoide. En ese sentido, el Poder Judicial apuesta porque, una vez terminado el nuevo proceso, sea recluido en un manicomio; aunque algunos no descartan que termine con un tratamiento ambulatorio y suelto en las calles cometiendo crímenes.
A la Fiscalía no le cayó nada bien la anulación de la sentencia, no cree que Nakada esté loco. El Ministerio Público afirma que el apóstol de la muerte finge y basa su posición en una primera pericia que descarta que se trate de un orate. “Si está loco porque se robaba los bienes de sus víctimas. Nosotros vamos a luchar porque se le condene como a una persona normal”, nos comentó una fuente de la fiscalía que ve el caso. En todo caso, será en el nuevo juicio que se avecina que se determine si está enfermo mentalmente o es un gran actor digno del próximo Oscar.
Con todos estos antecedentes y mi cuadro de comisión en manos me fui hasta el penal de Carquín (al norte de la capital), donde está recluido; estaba prevista la audiencia pública de oralización de la anulación de su condena. Y si bien esperaba ver a un tipo siniestro de tics y mirada perdida, me encontré más bien con un tipo común y corriente de polo, blue jeans y zapatillas y hasta con pinta de inocentón. Salvo por su incomodidad ante las cámaras que lo hacían esquivar el rostro por momentos, no encontré nada que advierta que podría tratarse de un asesino. Seguro, la misma percepción tuvieron sus víctimas.
Nakada no se arrepiente de nada así lo ha hecho saber públicamente durante el interrogatorio que le hizo el juez que lo condenó. Es más, en aquella oportunidad, afirmó suelto de huesos que si salía iba a seguir cumpliendo con su misión.
Loco o no está en manos de la justicia proteger a la sociedad del apóstol de la muerte respetando los derechos humanos que tiene como cualquiera de nosotros.
Pedro Nakada Ludeña tiene 33 años, fue soldado y parece un joven cualquiera. Pero no lo es. Ha confesado haber asesinado al menos veinte personas, a todas con arma de fuego, pues cree que morir baleado duele menos.
Entre sus víctimas figuran mendigos, rateros de poca monta, peluqueros y hasta un par de profesores. ¿Qué tenían todos en común para tener tan triste destino? Según Nakada eran la lacra de la sociedad. “Yo ‘limpio’ gente, gente que no debería estar acá, como ‘fumones’, prostitutas, homosexuales”, afirmó al ser detenido. El autodenominado “ángel vengador” asegura que Dios le envía órdenes para asesinar. “Yo escucho voces que me dicen que mi misión es limpiar esta sociedad”, alega.
Cuando llegó al penal pidió a las autoridades encargarse de la limpieza, le llevaron entonces una escoba y un recogedor, y él mortificado replicó que lo que quería era una pistola para acabar con tanto delincuente. Solo dos días le duró el acompañante de celda, pues el desafortunado reo no podía ni dormir por temor a que Nakada acabe con su vida. Y es que lo había amenazado y hasta se comenta que intentó ahorcarlo. Hoy, el asesino tiene una celda individual, recibe medicación, se juega sus pichanguitas (fulbito) y asiste al taller de soldadura. Todo un recluso modelo.
Hoy, según refiere se abogado, la pasa más tranquilo. Pero, la vida de Nakada no fue fácil. De padres divorciados, de adolescente tuvo que huir de casa ante las constantes borracheras de su padre que terminaban en golpizas. Llorando, contó a la Policía, que fue violado, que su hogar era un desastre y que su hermana (quien se suicidó) lo vestía de mujer cuando era un niño, incluso, le dejaba el cabello largo. El dolor y su gran rencor se puede notar cuando observas las imágenes del interrogatorio policial: un Nakada que no deja de chillar y mover su cabeza de un lado a otro como negando su pasado.
¿Está loco o no?
Su caso ha generado polémica debido a que una Sala Superior resolvió anular la sentencia de 35 años de prisión que se dictó en su contra por el asesinato de nueve personas. El tribunal argumentó que Nakada debe ser juzgado en un proceso especial por ser un enfermo mental. Y es que según pericia oficial padece de esquizofrenia paranoide. En ese sentido, el Poder Judicial apuesta porque, una vez terminado el nuevo proceso, sea recluido en un manicomio; aunque algunos no descartan que termine con un tratamiento ambulatorio y suelto en las calles cometiendo crímenes.
A la Fiscalía no le cayó nada bien la anulación de la sentencia, no cree que Nakada esté loco. El Ministerio Público afirma que el apóstol de la muerte finge y basa su posición en una primera pericia que descarta que se trate de un orate. “Si está loco porque se robaba los bienes de sus víctimas. Nosotros vamos a luchar porque se le condene como a una persona normal”, nos comentó una fuente de la fiscalía que ve el caso. En todo caso, será en el nuevo juicio que se avecina que se determine si está enfermo mentalmente o es un gran actor digno del próximo Oscar.
Con todos estos antecedentes y mi cuadro de comisión en manos me fui hasta el penal de Carquín (al norte de la capital), donde está recluido; estaba prevista la audiencia pública de oralización de la anulación de su condena. Y si bien esperaba ver a un tipo siniestro de tics y mirada perdida, me encontré más bien con un tipo común y corriente de polo, blue jeans y zapatillas y hasta con pinta de inocentón. Salvo por su incomodidad ante las cámaras que lo hacían esquivar el rostro por momentos, no encontré nada que advierta que podría tratarse de un asesino. Seguro, la misma percepción tuvieron sus víctimas.
Nakada no se arrepiente de nada así lo ha hecho saber públicamente durante el interrogatorio que le hizo el juez que lo condenó. Es más, en aquella oportunidad, afirmó suelto de huesos que si salía iba a seguir cumpliendo con su misión.
Loco o no está en manos de la justicia proteger a la sociedad del apóstol de la muerte respetando los derechos humanos que tiene como cualquiera de nosotros.